viernes, 23 de noviembre de 2012

La fauna de Ediacara


En 1946 enviaron a Sprigg, joven ayudante de geólogo de la administración del estado de Australia del sur, a inspeccionar minas abandonadas de las montañas de Ediacara, en la cordillera de Flindes, a unos  500 km al norte de Adelaida. El propósito de la inspección era comprobar si había alguna de aquellas viejas minas que pudiera ser rentable reexplotar. Pero un día, cuando estaba almorzando, levantó despreocupadamente un pedrusco de arenisca, y comprobó sorprendido que la superficie de la roca estaba cubierta de delicados fósiles. Aquellas rocas databan de la explosión Cámbrica. Estaba contemplando la aurora de la vida visible.
La impresión era que no habían sido en realidad demasiado importante, para el desarrollo de la vida en la Tierra. Muchas autoridades creen que hubo un exterminio masivo en el paso del Precámbrico al Cámbrico y que ninguna de las criaturas ediacaranas (salvo la insegura medusa) consiguió pasar a la fase siguiente.


La aparición de los grandes diseños corporales tuvo lugar en el Precámbrico
Comentando lo a menudo que se menciona esa idea (la de que no hay nuevos planos corporales) Dawkins dice: “es como si un jardinero mirase un roble y comentase, sorprendido: ¿no es raro que haga tantos años que no aparezcan nuevas ramas grandes en este árbol? Últimamente todo el nuevo crecimiento parece producirse a nivel de ramitas”. 

Algunos de estos primitivos animales


Una  de ellas, Opabinia, tenía 5 ojos y un hocico como un pitorro, con garras al final. Otra, un ser con forma de disco, Peytoia, resultaba casi cómico porque parecía una rodaja circular de piña. Una tercera era evidente que había caminado tambaleante sobre hileras de patas tipo zancos y era tan extraña que la llamaron Hallucigenia. Había tanta novedad no identificada en la colección que se dice que se dice que se oyó murmurar a Conways Morris al abrir un cajón: “joder, no, otro filum”.


Reconstrucción con Pikaia y Hallucigenia



Las revisiones del equipo inglés mostraban que el Cámbrico había sido un periodo de innovación y experimentación sin paralelo en el diseño corporal. Durante casi 4 000 millones de años, la vida había avanzado parsimoniosamente sin ninguna ambición apreciable en la dirección de la complejidad, y luego, de pronto, en el trascurso de solo 5 o 10 millones de años, había creado todos los diseños corporales básicos aún hoy vigentes. Nombra una criatura desde el gusano nematodo a Cámeron Díaz, y todos utilizan una arquitectura que se creó en la fiesta Cámbrica. Pero lo más sorprendente era que hubiese tantos diseños corporales que no habían conseguido dar en el clavo, digamos, y dejar descendientes.



Un ejemplar de Pikaia

La historia de la vida, escribió Gould, es una historia de eliminación masiva seguida de diferenciación dentro de unos cuantos linajes supervivientes, no el cuento convencional de una excelencia, una complejidad y una diversidad continuadas y crecientes. Daba la impresión de que el éxito evolutivo era una lotería.

Una criatura que sí consiguió seguir adelante, un pequeño ser vermiforme llamado Pikaia gracilens, se descubrió que tenía una espina dorsal primitiva, que lo convertía en el antepasado más antiguo conocido de todos los vertebrados posteriores, nosotros incluidos. El Pikaia no abundaba, ni mucho menos, entre los fósiles de Burgess, así que cualquiera sabe lo cerca que pueden haber estado de la extinción. Gould, en una cita famosa, deja muy claro que considera el éxito de nuestro linaje una chiripa afortunada: rebobine la cinta de la vida hasta los primeros tiempos de Burgess Shale, ponla en marcha de nuevo, desde un punto de partida idéntico y la posibilidad de que algo como la inteligencia humana tuviese la suerte de reaparecer resulta evanescentemente pequeña.

(…) Hoy sabemos que en realidad existieron organismos complejos 100 millones de años antes del Cámbrico como mínimo. 



La dificultad de entender hace cuánto tiempo sucedió esto

Es casi imposible para nosotros, para los que el tiempo de permanencia en la Tierra será solo de unas cuantas décadas fugaces, apreciar lo alejada en el tiempo de nosotros que está la explosión cámbrica. Si pudieses volar hacia atrás en el pasado a la velocidad de un año por segundo, tardarías una media hora en llegar a la época de Cristo y algo más de tres semanas en llegar a los inicios de la vida humana. Pero te llevaría veinte años llegar al principio del periodo Cámbrico. Fue, en otras palabras, hace muchísimo tiempo.


La explosión cámbrica


El descubrimiento de Burgess Shale

La versión tradicional de la historia es que Walcott y su esposa iban a caballo por un camino de montaña, y el caballo de su esposa resbaló en unas piedras que se habían desprendido de la ladera. Walcott desmontó para ayudarla, y descubrió que el caballo había dado la vuelta a una losa de pizarra que contenía crustáceos fósiles de un tipo especialmente antiguo e insólito. Estaba nevando, así que no se entretuvieron. Pero al año siguiente Walcott regresó allí en la primera ocasión que tuvo. Siguiendo la presunta ruta hacía el sitio del que se habían desprendido las piedras, escaló unos 22 metros, hasta cerca de la cumbre de la montaña. Allí, a 2 400 metros sobre el nivel de mar, encontró un afloramiento de pizarra, de la longitud aproximada de una manzana de edificios, que contenía una colección inigualable de fósiles. Lo que Walcott había encontrado era, en realidad, el grial de la paleontología. El afloramiento pasó a conocerse como Burgess Shale.





Walcott, en viajes anuales de verano, entre 1910 y 1925, extrajo decenas de miles de especímenes (Gould habla de 80 000; los comprobadores de datos de National Geografic, que suelen ser fidedignos, hablan de 60 000), que se llevó a Washingthon para su posterior estudio. Algunos de los fósiles de Burgess tenían concha, otros no. Algunas de las criaturas veían, otras eran ciegas. La variedad era enorme, 140 especies según un recuento. “Burgess Shale indicaba una gama de disparidad en el diseño anatómico que nunca se ha igualado y a la que no igualan hoy todas las criaturas de los mares del mundo”, escribió Gould.
Walcott murió en 1927 y los fósiles de Burgess quedaron en gran medida olvidados. Durante casi medio siglo permanecieron encerrados en los cajones del museo americano de historia natural de Washigthon, donde raras veces se consultaban y nunca se pusieron en entredicho. En 1973, un estudiante de doctorado de la universidad de Cambridge.